The Sibarist

Hablamos con Studio Noju

Una entrevista con Eduardo Tazón, para hablar de Studio Noju, un estudio de arquitectura, intuitivo y sensible, que entiende el diseño como un campo creativo amplio, aplicable a múltiples escalas y disciplinas.

Eduardo Tazón en El Invernadero

Las palabras en inglés not just son el origen del nombre de este estudio fundado en 2020 por Antonio Mora y Eduardo Tazón. Las escogieron porque su significado no solo refleja su voluntad de no limitarse a una sola disciplina, sino combinar de forma fluida todas ellas. Sin partir de conceptos previos y dejando que cada proyecto hable por sí mismo, firman desde trabajos de obra nueva y rehabilitación a diseño de producto, exposiciones e interiorismo. Casa Triana fue el proyecto clave que les descubrió su compatibilidad creativa y suya es una obra tan redonda y fotogénica como la rehabilitación de un dúplex en un edificio icónico. Tanto que es Torres Blancas de Francisco Javier Sáenz de Oiza, todo un punto de inflexión en su carrera y una obra que ha trascendido el concepto de hogar y ahora repiten experiencia para rescatar otro proyecto de los sesenta y hacerlo suyo porque “el mejor cliente es uno mismo”.

Desde sus inicios en Nueva York, abrazan la interescalabilidad y cumplen cinco años de trayectoria viendo cómo sus trabajos ocupan las páginas de las publicaciones especializadas más destacadas.

Hablamos con Eduardo Tazón de su forma de trabajar, próximos proyectos y un sueño por cumplir.

Eduardo Tazón, uno de los fundadores de Studio Noju

¿Qué significa Studio Noju?

Noju viene de Not Just, en inglés, y surge de la idea de que no queríamos limitarnos a una sola disciplina. No es solo arquitectura, no es solo diseño de interiores, ni solo diseño de producto o decoración. Esa amplitud es precisamente lo que define nuestro enfoque.

Todo comenzó cuando vivíamos en Estados Unidos. Antonio abrió una cuenta de Instagram simplemente para compartir referencias que nos inspiraban. Sin mucha intención al principio, fuimos construyendo un imaginario propio, hecho de cosas que nos gustaban y que de algún modo empezaban a marcar el rumbo de lo que queríamos hacer. Ahí nació la semilla del estudio.

El nombre Noju encajaba muy bien en inglés: corto, sonoro y con ese significado implícito de amplitud y libertad creativa. 

¿Cuáles son los inicios y cómo se origina el estudio?

Bueno, mi socio en el estudio es también mi pareja en la vida, así que, de base, el origen del estudio nace también de esa relación personal. En 2015 nos fuimos a vivir a Estados Unidos. Me fui a hacer un máster en la Universidad de Columbia y poco después él también se mudó a Nueva York y empezó a trabajar en un estudio de arquitectura e interiorismo español.

Al terminar el máster, pasé por varios estudios y hacia el final de nuestra etapa en EE.UU., la situación con los visados se volvió algo inestable —cada año era como una ruleta rusa—, así que empezamos a plantearnos: “Vale, si tuviésemos que volver a España, ¿montaríamos nuestro propio estudio?”

Y, curiosamente, todo empezó antes incluso de volver. Tuvimos nuestro primer encargo a distancia, que fue la reforma de un piso en Sevilla –Casa Triana–, y lo hicimos prácticamente todo por videollamadas y por WhatsApp. No lo pensamos en ese momento como “nuestro primer proyecto de estudio”, pero sí fue la primera vez que trabajamos juntos de forma directa, compartiendo ideas, viendo cómo se cruzaban nuestras sensibilidades, y funcionó muy bien.

Hasta ese momento nunca habíamos trabajado juntos, así que también fue una especie de experimento. Él es de Sevilla, yo de Madrid, y desde entonces el estudio se ha mantenido con esa especie de doble sede entre ambas ciudades.

Después de Casa Triana, decidimos volver definitivamente a España en 2019. Pocos meses después, empezó la pandemia y fue como un reinicio obligado, pero también una oportunidad para parar y repensar bien qué queríamos hacer como estudio. En un principio teníamos en mente un proyecto más enfocado a la hostelería, algo más empresarial quizá, pero todo acabó evolucionando hacia lo que somos ahora: un estudio creativo con un enfoque muy abierto.

Proyecto de Studio Noju en Torres Blancas. Foto: José Hevia

¿Cuál es vuestro manifiesto, vuestra filosofía?

La verdad, creemos que una de las cosas más importantes hoy en día es no tener un manifiesto cerrado. Incluso, a veces, preferimos no tener uno en absoluto. Nos interesa que cada proyecto tenga su propio lenguaje, su propia expresión. Intentamos no imponer una idea preconcebida, sino dejar que sea el propio proyecto el que nos hable, el que nos pida cosas.

Por ejemplo, en el caso de Torres Blancas, todo surgió del edificio en sí, de cómo nos hablaba y lo que nos pedía. Así que no tener una filosofía rígida nos ha permitido ser más permeables y sensibles al entorno.

Obviamente, es imposible trabajar desde una mente completamente en blanco –no somos monjes zen–, pero sí intentamos mantener cierta libertad mental e intuitiva a la hora de abordar cada proyecto. Nos cuesta mucho racionalizar de antemano nuestra forma de diseñar. Más bien, es a posteriori, cuando vemos un proyecto terminado, cuando empezamos a darnos cuenta de las conexiones, de la coherencia entre unos y otros. A veces son otras personas quienes nos lo hacen notar, y eso nos parece fascinante.

¿Cómo es para Studio Noju el proceso creativo?

Creemos que el diseño tiene mucho de intuición. Y esa parte intuitiva es importante dejarla libre, sin encorsetarla con una lista de principios o reglas fijas. Preferimos permitir que esa intuición guíe el proceso creativo, más que racionalizarlo desde el inicio.

También hay algo de estudio y de sensibilidad entrenada. Cada vez que abordamos un nuevo proyecto, especialmente en arquitectura, investigamos de dónde viene, qué quería hacer el arquitecto original, cuál era su intención. Esa sensibilidad –que no sabríamos explicar cómo se adquiere ni cómo se entrena– es la que, de alguna manera, tira del proyecto hacia adelante.

Y, aunque después del proceso sí podemos mirar atrás y entender ciertas decisiones desde lo racional, nos gusta mucho que en el camino haya espacio para la improvisación y la libertad. Esto, curiosamente, es lo opuesto a cómo nos enseñaron a diseñar en la escuela y en el máster. Ahí todo era mucho más metódico, más teórico. Este proceso ha sido, de algún modo, volver a aprender desde cero, entender cómo queremos trabajar por nuestra cuenta, sin responder a las expectativas de un profesor o de un jefe de estudio. Empezar con tu propia hoja en blanco y preguntarte: ¿qué es lo que realmente me funciona a mí?

Colección de producto para mascotas Casa Feroz. Foto: Isabel Alberro

¿Cómo veis estos primeros cinco años de trayectoria?

Cinco años en el mundo de la arquitectura sigue siendo muy poco tiempo. Dentro del ritmo en el que se mueve esta disciplina, un estudio todavía se considera joven incluso con diez años de recorrido, porque los procesos –tanto creativos como de construcción– son mucho más lentos que en otras áreas.

Eso también nos ha ayudado a bajar un poco la presión. No tenemos la necesidad de estar “cumpliendo capítulos” o alcanzando ciertos hitos forzadamente. Si a los cinco años no hemos hecho tal o cual cosa, no pasa nada. Es algo súper esperable en nuestro campo.

En vez de obsesionarnos con una carrera acelerada, preferimos tomarnos el tiempo necesario para que cada proyecto tenga sentido, para construir algo sólido, con coherencia y con identidad.

Trabajáis a diferentes escalas, ¿qué tienen en común vuestros proyectos?

Ojalá pudiésemos darte una línea clara, algo que defina exactamente nuestro trabajo, pero sinceramente no creemos que exista una única fórmula detrás de lo que hacemos. Aun así, hay ciertos elementos que sí se repiten y que, con el tiempo, hemos visto que forman parte de nuestro lenguaje.

Uno de ellos, sin duda, es el color. Para nosotros, el color nunca ha sido un tema que nos dé miedo, al contrario. Desde el principio nos ha interesado salirnos del canon más neutro, del blanco, el beis o los tonos crudos que dominan tanto en el interiorismo contemporáneo. No es que no los valoremos, pero queríamos encontrar otra manera de construir una identidad visual. Y eso se nota. El color, para nosotros, no es solo un recurso estético o de moda, sino una herramienta expresiva y conceptual que usamos con intención.

¿Dais importancia a los materiales?

Nos interesa mucho entender qué puede ofrecer un material más allá del acabado. Qué tipo de geometría genera, qué volumen crea, cómo se comporta a nivel constructivo. No vemos las superficies como algo plano o simplemente decorativo, sino como elementos que pueden tener profundidad, textura y peso propio. Por eso, en muchos de nuestros proyectos aparecen celosías, cerámicas, muros que entran y salen… Nos gusta que la arquitectura tenga cuerpo, que se pueda leer en capas.

También hay una coherencia en el proceso creativo, independientemente de la escala. En estos años hemos firmado proyectos muy distintos: desde viviendas hasta oficinas, pasando por diseño de producto o arquitectura de nueva planta. Y aunque cambien los programas, lo que no cambia es la forma en que nos acercamos a cada uno: con el mismo cuidado, el mismo tipo de mirada y el mismo interés por explorar.

Es verdad que el sector muchas veces te empuja a especializarte: “dedícate solo a residencial”, “haz solo oficinas”… Pero para nosotros, justamente, lo enriquecedor es poder trabajar en diferentes contextos. Aplicar una sensibilidad común a retos distintos, y ver cómo esa identidad se adapta, se transforma y crece con cada proyecto.

Proyecto de Studio Noju en Torres Blancas recupera por ejemplo el color ámbar de las cristaleras. Foto: José Hevia

¿Cómo es reformar un apartamento en un edificio tan icónico como Torres Blancas, que además es vuestra casa?

Da mucho respeto, la verdad. En cuanto te enfrentas al proyecto, empiezas a escuchar esas voces críticas muy proteccionistas con el patrimonio arquitectónico. Te dicen que lo ideal sería dejar todo como estaba hace 60 años, y claro, eso impone.

Pero lo cierto es que nos encontramos con un apartamento que ya había sido transformado, como muchos otros en el edificio, y no siempre con éxito. Por ejemplo, muchas terrazas habían sido cerradas. Antes se valoraba mucho más el número de habitaciones que los metros cuadrados o el espacio exterior. Tener una terraza preciosa y abierta era menos importante que poder decir que la casa tenía cuatro habitaciones. Así que muchas terrazas, que ahora nos parecen un lujo, estaban cerradas.

Con la pandemia eso ha cambiado, claro. De repente, abrir terrazas tiene todo el sentido del mundo, y eso se ha empezado a notar también en el edificio. Cuando comenzamos la reforma, nos enfrentamos a esa dualidad: por un lado, el respeto por la obra, y por otro, la conciencia de que no todo lo original tenía valor en sí mismo. Por ejemplo, el suelo original era una tarima pequeña bastante estándar, como las que puedes encontrar en cualquier piso de Madrid. Los acabados del baño o la cocina tampoco eran especialmente destacables. Pero lo que sí había –y mucho– era una riqueza de ideas, de referencias, de conceptos que estaban tanto en el edificio como en los textos del arquitecto.

¿Cómo os enfrentáis a ello?

Eso es lo interesante: que muchas cosas no están protegidas por Patrimonio. Sí, te dicen que no puedes tocar la fachada, las mallorquinas de madera o las zonas comunes. Pero nadie protege, por ejemplo, la luz ámbar que se filtra a través del pavés de las zonas de servicio, o la manera en la que circulas por la casa, ese carácter fluido, sin pasillos rectos, con curvas suaves que te envuelven. Todo eso no es tangible, no se cataloga, pero es parte del alma del edificio.

La actitud con la que abordamos el proyecto fue muy intuitiva. No racionalizamos tanto en ese momento como lo hacemos ahora al contarlo. En apenas un mes teníamos todo definido y fuimos súper fieles al plan inicial. Estábamos tan sobrecargados de referencias, de ideas… porque el edificio te lo da todo. Es una obra maestra. Entras y empiezas a ver cosas que no existen en otros lugares. El lobby, las formas curvas, el color blanco, los detalles… es como hacer un catálogo intuitivo en tu cabeza, que luego aflora cuando diseñas.

Proyecto de reforma Casa Entrevías. Foto: Cortesía de Studio Noju

¿Fue una labor de investigación?

Fuimos leyendo también al propio Oiza, cómo hablaba de su proyecto, de lo que quería que fuera esa vivienda. Y te das cuenta de que muchas de sus ideas tampoco llegaron a materializarse del todo. La construcción se encareció enseguida, y a nivel de interiores se tuvo que estandarizar mucho, para que los pisos fueran vendibles.

Así que nuestra actitud siempre fue de máximo respeto hacia el edificio, hacia el arquitecto y hacia el proyecto. Pero también con una visión muy poco “museística”. No creemos que una vivienda tenga que quedarse paralizada en el tiempo. Hay otros edificios donde eso tiene sentido, pero aquí pensamos que el valor está en activar esas ideas de Oiza, no en conservar materiales por conservar.

De hecho, fue muy interesante que la Fundación Arquitectura Contemporánea nos invitara a participar en Encuentros ARCA, una ponencia sobre patrimonio contemporáneo. Había puntos de vista muy diversos, la mayoría muy proteccionistas, quizás por una cuestión generacional. Pero fue precioso ver que hay muchas formas de entender el patrimonio. Y que, en nuestro caso, tomaran nuestro trabajo en Torres Blancas como ejemplo positivo de cómo se puede intervenir, renovar y poner en valor una obra sin traicionarla.

¿Ha significado un antes y un después para vosotros?

Este proyecto nos ha dado, en muchos sentidos, una hoja de ruta. También a nivel profesional, dentro del estudio. Nos dimos cuenta de que no hay mejor cliente que uno mismo. Y como arquitecto, ser tu propio cliente es una oportunidad increíble. Te da muchísima libertad creativa.

En ese sentido, hemos podido asumir más riesgos, explorar ideas más radicales y llevar los proyectos a donde realmente queremos. Y eso nos ha hecho pensar en la autopromoción como una vía real de trabajo: intervenir en espacios, transformarlos desde dentro y darles una nueva vida… casi como operaciones inmobiliarias, sí, pero con una voluntad muy clara de trabajar siempre con proyectos singulares.

Porque, al final, intervenir en obras tan especiales es un lujo. Es un privilegio rarísimo. Y si puedes hacerlo más de una vez en la vida, ya es tener muchísima suerte.

¿Cómo es vivir en una casa tan especial?

Es un proyecto de los años 60, así que ya de entrada supone un reto importante. Pero lo cierto es que vivir ahí es sorprendentemente fácil. Es muy fácil acostumbrarse a un lugar tan singular… aunque no te das cuenta hasta que sales y vives en otros espacios. Entonces sí notas el contraste.

La vivienda funciona muy bien. Todo fluye de una manera natural. Hay una experiencia sensorial muy fuerte: la materialidad, por ejemplo, la madera aporta muchísima calidez, los espacios están semi abiertos, entra mucha luz a través de las terrazas… es una casa muy acogedora.

Y hay algo que la hace aún más especial: todo está muy bien resuelto. No hay ninguna parte del proyecto que sientas fuera de lugar, ningún rincón que digas “esto chirría”. Todo sigue un mismo criterio, y eso se nota. En resumen, es muy fácil vivir en esta casa. 

Interior y exterior se funden en el proyecto de Studio Noju en Torres Blancas. Foto: José Hevia

¿Y ahora estáis en ese tránsito, no? Porque la casa está en venta.

Sí, está en venta. Pero por una muy buena razón: nuestro siguiente proyecto. Este piso nunca fue pensado como una inversión, no lo compramos con la idea de reformar y vender. Para nada. Fue algo muy personal, muy nuestro.

Lo que ocurrió es que el proyecto fue tomando vida propia. Cuando empezamos a compartirlo, comenzaron a llegar visitas constantemente: universidades, estudios de arquitectura, gente de toda Europa, de Suiza, de Australia… Ha venido gente de todo el mundo a verlo.

Entonces, de alguna manera, el proyecto empezó a adquirir entidad propia. Se fue transformando en algo casi museístico, y eso nos ayudó también a desvincularlo poco a poco de la idea de “hogar”. Fue tomando su propio camino.

¿Y el siguiente proyecto? ¿Se puede contar algo?

Bueno… (ríe). No hemos dicho nada aún, es bastante secreto, pero sí podemos adelantar que va muy en la línea de este. Misma generación, mismo tipo de arquitectura… como una especie de evolución, por decirlo así.

Otra interpretación de esa arquitectura brutalista y racional de los años 60, pero llevada a otro nivel, con una nueva lectura. No podemos decir nombres ni más pistas. Pero sí, es un nuevo reto, muy ilusionante.

Casa Núñez de Balboa. Foto: Cortesía de Studio Noju

¿Cuáles son vuestras principales referencias e inspiraciones, vuestros maestros?

La verdad es que nuestras referencias han ido coincidiendo con los años, con la experiencia de vivir juntos, trabajar juntos, y sobre todo de viajar juntos. Creo que el viaje es una herramienta incontestable para ganar referencias. Puedes tener el mejor Pinterest del mundo, pero no hay nada como viajar. Y últimamente, que hemos tenido la suerte de ir un par de veces a Japón, nos hemos enamorado completamente. La cantidad de referencias que se pueden sacar de allí es increíble: desde lo más tradicional hasta lo más contemporáneo.

Personalmente, siempre he tenido como referentes a los estudios japoneses. Aunque luego nuestro trabajo no tenga una relación directa con ellos, hay una sensibilidad, una elegancia, una composición y una conexión con la naturaleza que siempre me ha cautivado. Incluso en obras más locales, desde el principio me ha fascinado su delicadeza. Y aunque luego nuestra manera de apropiarnos de esas ideas sea distinta, la admiración y esa sensibilidad siempre han estado presentes para mí.

Hoy en día, creo que uno de los mayores retos es aprender a digerir la enorme cantidad de referencias a las que estamos expuestos. Ya no es solo leer un libro o una monografía como El Croquis de un arquitecto que admiras. Ahora, en el momento en que se termina una obra en Australia, ya estás viendo las fotos en Instagram. Y eso es un reto en sí: saber seleccionar, filtrar y digerir esa avalancha de imágenes e información.

¿Cómo es vuestro método?

De hecho, en nuestro estudio esa es una de las formas en las que trabajamos para comunicarnos. Cuando comenzamos un proyecto, muchas veces surgen ideas de forma intuitiva, sin tener claro todavía de dónde vienen. Y lo que suelo hacer es plasmar esa primera “nube” de ideas en Pinterest o alguna plataforma similar, recogiendo referencias que van en la línea de lo que el proyecto empieza a sugerir, sin tomarlas de forma literal. A veces es un cuadro, a veces una escultura, un interior, una obra de arte… cualquier cosa que ayude a construir ese universo visual. Y cuando comparto eso con Antonio, mi socio, ya puede decir: “Vale, ya veo por dónde vas”. No se trata de copiar nada, sino de afinar una intuición creativa y visualizarla de alguna forma.

Nos parece imprescindible saber de dónde vienen las referencias, quién las hizo, cuál es su contexto. Eso está claro. Pero cada vez nos sentimos menos identificados con esa idea de tener cinco arquitectos o artistas de cabecera a los que rendimos tributo constante. Al menos en nuestro caso, no es así. Nos movemos más por sensibilidades, por intuiciones, por conexiones que a veces ni siquiera tienen que ver directamente con la arquitectura.

El color como recurso expresivo en Oficinas Tactilware. Foto: Cortesía de Studio Noju

Diseño de producto, exposiciones, proyectos de oficinas y residenciales… ¿Optáis conscientemente por abordar diferentes disciplinas, o es algo que simplemente surge?

Para nosotros, la interescalabilidad es fundamental. No nos gusta cerrarnos a una única escala o disciplina. A veces, evidentemente, no podemos controlar qué tipo de encargos llegan, pero sí tenemos claro que no queremos limitarnos. De hecho, ¡nos encanta cambiar de escala! Es casi como un ejercicio muscular: si llevas un año sin usar el brazo izquierdo, de repente decides ejercitarlo de nuevo. Cambiar de escala funciona un poco así para nosotros, te reactiva otras partes del pensamiento y del proceso creativo.

Cuando trabajamos en diseño de producto, por ejemplo, nos enfrentamos a una escala completamente distinta, con sus propias necesidades, materiales y posibilidades. Nos obliga a entender profundamente la materia prima con la que estamos trabajando, sus límites, su comportamiento… Es un reto que nos gusta.

También desarrolláis una labor educativa…

Hemos estado dando clases en el IED, en un máster de diseño de interiores, y la asignatura que impartimos se llama Materialidad. La hemos enfocado desde la idea de entender en profundidad los materiales –cerámica, vidrio, madera–, y luego aplicarlos al diseño de producto. Con los alumnos, desarrollamos pequeños proyectos donde diseñan productos a partir de estos materiales, pensando en su aplicación en espacios interiores. A veces empieza por algo pequeño, como una celosía cerámica o un pavimento, y poco a poco se convierte en un pabellón entero que parte de esa lógica material.

Ese ejercicio de cambiar de escala y entender el material con el que trabajas es algo que nos entusiasma. Y aunque desde nuestra última colección no hemos lanzado una nueva línea específica de diseño de producto, ahora mismo estamos trabajando en una colección bastante amplia que va desde iluminación hasta mobiliario de oficina en pequeña escala.

En ese proyecto estamos utilizando impresión 3D, lo cual abre un universo nuevo de posibilidades. Por ahora estamos experimentando con PLA, que es un tipo de filamento plástico derivado del maíz. Elegimos este material porque tiene una versión reciclada, lo que nos permite explorar opciones más sostenibles. Nuestro objetivo no es solo aprender a imprimir bien, sino también superar esa estética tan marcada del 3D print. Queremos desarrollar formas, texturas y geometrías que lleven este tipo de producción a un lugar distinto, más expresivo, más sensible. Que el resultado final no parezca impreso, sino algo con identidad propia.

Diseño expositivo para Madrid Design Festival. Foto: Cortesía de Studio Noju

¿En qué estáis trabajando ahora mismo? ¿Podéis contarnos algún proyecto en concreto o compartir alguna idea general?

Bueno… hasta cierto punto, . Algunas cosas todavía están bajo confidencialidad, pero podemos compartir parte del enfoque que tenemos ahora.

En este momento estamos intentando ser más selectivos con los proyectos que aceptamos. Al principio del estudio, era diferente: estábamos más abiertos a cualquier tipo de encargo, presupuesto o escala. Pero ahora preferimos hacer menos, pero hacerlo mejor. Elegir bien, tomarnos el tiempo necesario y dedicarle cariño a cada proyecto.

Uno de los proyectos actuales más importantes es una vivienda privada, que parte de un contexto muy singular. La casa es de los años 60–70, con una arquitectura muy característica de aquella época, y lo que nos interesa especialmente es mantener esa esencia original. Es un ejercicio de respeto y reinterpretación a la vez, y nos tiene muy ilusionados.

Paralelamente, estamos retomando el diseño de producto, con la idea de lanzar una nueva colección este año. Será una colección de autoproducción, porque nos interesa explorar hasta qué punto podemos asumir todo el proceso de fabricación de manera casi autosuficiente. La idea es reducir al máximo el recorrido de producción, tanto por un tema de sostenibilidad como por el deseo de tener más control sobre el proceso y los acabados.

Y además, seguimos abiertos a proyectos independientes que van surgiendo con clientes privados, aunque muchos de esos todavía no se pueden anunciar. Pero sí, estamos en una fase de consolidación, afinando mucho más qué queremos hacer y cómo queremos hacerlo.

¿Cuál es ese sueño que os gustaría cumplir y que aún está por llegar?

Hay un sueño que tenemos muy claro, que nos tomamos bastante en serio y que estamos con los ojos bien abiertos esperando la primera oportunidad para ponerlo en marcha.

Desde que volvimos de Nueva York, llevamos tiempo con la idea de desarrollar un proyecto de hotel en el paisaje, con una propuesta que combine arquitectura, restauración y una experiencia de hospitalidad muy cuidada. Es un ámbito que nos fascina profundamente. Siempre que podemos, buscamos hoteles singulares por todo el mundo, lugares que ofrecen algo distinto, con carácter, sensibilidad y conexión con el entorno. Y nos encantaría traer algo así aquí, a España.

Creemos que el mundo del hotel paisaje en nuestro país todavía tiene mucho por explorar, sobre todo desde una mirada más contemporánea, sensible y arquitectónica. De hecho, hace unos años intentamos llevarlo a cabo. Estuvimos casi un año entero buscando el lugar adecuado: exploramos sitios en Extremadura, Cataluña, el País Vasco… Extremadura era una de las opciones más prometedoras porque la normativa en suelo rústico era algo más flexible. Pero justo cuando parecía que podíamos dar el paso, llegó la pandemia. Y con ella, el suelo rústico –que hasta entonces era más asequible– se encareció muchísimo porque todo el mundo quería irse al campo. Y en paralelo, bajó el precio de la propiedad en Madrid por primera vez en mucho tiempo… Fue entonces cuando tomamos la decisión de comprar Torres Blancas, y aparcamos momentáneamente ese otro proyecto.

Pero tenemos clarísimo que, más tarde o más temprano, lo haremos. No es una idea lanzada al aire, está muy formada en nuestra cabeza, muy pensada. Queremos que sea un lugar donde nosotros también quisiéramos quedarnos. Un sitio íntimo, con unas 10 o 12 habitaciones como máximo, muy boutique, muy conectado con la naturaleza, donde no sientas que estás en un hotel, sino en un lugar especial, tranquilo, inmersivo.

Y con una propuesta de restauración que esté a la altura. Algo potente, bien pensado, con muy buena cocina. Para nosotros, el diseño, el entorno y la gastronomía tienen que ir de la mano. Esa es la experiencia que queremos crear. Y ojalá pronto encontremos el lugar y las condiciones para hacerlo realidad.

Bea Fabián, Eduardo Tazón y Silvia Hengstenberg en El Invernadero

Redacción: Beatriz Fabián

Beatriz es periodista especializada en contenidos editoriales offline y online sobre diseño, arquitectura, interiorismo, arte, gastronomía y estilo de vida.

Obras de arte no son solo las que podemos ver estos días en ARCO, también hay algunas en las que podemos habitar, como estas casas proyectadas por grandes nombres de nuestra arquitectura y que se encuentran nuestro portfolio, auténticas joyas únicas que han sido destacadas también en la miniserie documental de Netflix ‘Las casas más extraordinarias del mundo’. Una experiencia al alcance de clientes muy especiales, tanto como sus promotores y sus arquitectos.
Hablamos con Belén Moneo, conocida por su trabajo en la arquitectura sostenible y la regeneración urbana y por su enfoque multidisciplinar de una profesión en la que ha diseñado una identidad propia y reconocible.