Pueblos de colonización, la arquitectura humanizada
Estar en parajes naturales poco poblados y proyectados por grandes arquitectos españoles del S. XX hacen que muchos miren con nostalgia y romanticismo a estos poblados como alternativa a la vida en la ciudad.
Durante los últimos cinco años, la pandemia y el término de España vaciada han puesto el foco de atención en los territorios que progresivamente han perdido población, desde mediados del siglo XX y continúan haciéndolo en el XXI y, uno de los movimientos migratorios de mayor alcance en nuestro país fueron los denominados pueblos de colonización.
Este ambicioso proyecto que ahora supone un atractivo arquitectónico y de habitabilidad fue posible gracias a la política colonizadora que se desarrolló durante el franquismo y, para la arquitecta Asun Rodríguez Montejano, “tuvo, con sus luces y sus sombras, una incidencia social, económica, agronómica y paisajística innegable, con resultados diferentes según zonas de actuación territorial, en el fondo son paisajes del agua”.
El porqué de su afirmación se debe a que estos nuevos pueblos de colonización cuyo número se elevó a más de 300 repartidos por toda España se levantaron de la nada alrededor de los principales ríos de la península como el Duero, el Guadiana, el Guadalquivir y el Ebro.
Para la especialista en urbanismo, la creación de estas nuevas comunidades locales reunidas en torno a ciudades concebidas desde cero llamó la atención, durante las décadas de los 59 y los 60, a una generación de arquitectos “José Luis Fernández del Amo, Alejando de la Sota y Antonio Fernández Alba, que reimaginaron los pueblos como plataformas de experimentación urbana y arquitectónica”.
El objetivo de estos proyectos de ciudad no era otro que el de activar el empleo agrícola de regadío y, según comenta Rodríguez Montejano, supusieron “una revolución del empleo ligada a una transformación social, de paisaje del territorio y de la estructura de la sociedad. también de la estructura de la propiedad, lo que supuso no pocos problemas con los propietarios originales a quienes tengo entendido que se expropió”.
A los pueblos de colonización accedían, a través de un sorteo y después de cumplir unos requisitos marcados, “personas de orígenes diversos y con costumbres muy arraigadas que se concentraban en estos pueblos generando comunidades unidas y con un fuerte sentimiento de identidad, la cohesión de la necesidad”, indica.
De estas poblaciones se tiene una visión romántica aunque Rodríguez Montejano puntualiza sobre lo duro que debieron de ser para los primeros colonos los inicios en una tierra donde eran forasteros y sobre la posterior estigmatización sufrida y comenta que esto no es óbice para que “apreciemos y mucho, desde el punto de vista del arquitecto y el urbanista, estos magníficos ejercicios de proyecto de comunidades locales, con inclusión de un arte que seguramente nunca se entendió, promovido sobre todo por Fernández del Amo, donde también participaron Alejandro de la Sota o Antonio Fernández Alba. Fue un modelo migratorio a la inversa, en lugar del campo a la ciudad, de la ciudad al campo, o incluso del campo al campo. Tiene un estigma político y de ahí que esté costando el reconocimiento”.
En opinión de la arquitecta lo más sobresaliente de estos pueblos de colonización es que: la estructura polinuclear de los pueblos separados entre sí 5 o 6 km permitieron a los arquitectos bastante libertad para expresarse, la experimentación urbanística y formal consiguió resultados muy interesantes, la estructura en supermanzanas (de la que tanto se habla ahora en Barcelona) hacía posible la separación de tráficos, se integraron con corrientes como el movimiento moderno, el racionalismo y la tradición rural en la producción de vivienda, algo que no se ha vuelto a repetir en nuestro país.
También supuso para los arquitectos hacer un ejercicio acerca del entendimiento del lugar, de los materiales empleados y de los habitantes. Además, otra característica encomiable es que “todos ellos procuraron hacer una arquitectura contextualizada y esencial”, indica.
A ello se suma que estas intervenciones brindaron la oportunidad de trabajar de forma interdisciplinar a ingenieros y arquitectos, dando lugar a “casas contemporáneas inspiradas en la arquitectura vernácula, aplicando la repetición de unidades iguales compositivamente brillante y vibrante, a diferencia de las ristras de adosados de hoy”, argumenta.
El resultado de los pueblos de colonización es que “eran repeticiones tipológicas que generaban composiciones muy bellas, pero con variantes para evitar la monotonía”.
En definitiva, además de constituir poblaciones de gran interés por lo innovador de su urbanismo experimental, surgieron con la idea de crear una comunidad y un espacio público donde también tuvo cabida de forma sobresaliente el arte contemporáneo. Éste se integró en los espacios religiosos pero también en los destinados a actividades colectivas, constituyendo fuentes y otros elementos urbanos.
Es importante resaltar que, según piensa la arquitecta, en lugar de que la arquitectura se ponga al servicio de la geometría a la hora de tejer el territorio, “se humaniza y se adapta al lugar y a una forma de vivir”.
Para Asun Rodríguez Montejano, vale la pena destacar” la personalidad de algunos de los autores, que enlazan más directamente con mis intereses” y los ejemplos son Valdelacalzada, en Badajoz el piloto, de José Borobio, con 573 viviendas; el urbanismo más experimental de José Luis Fernández del Amo, que introdujo soluciones como la separación del tráfico rodado con el peatonal e integró las viviendas en la naturaleza y que, durante 1947 y 1968 cuando trabajó para el Instituto Nacional de Colonización proyectó hasta doce pueblos como Vegaviana (Cáceres), donde mantuvo la dehesa, Villalba de Calatrava (1955) y El Realengo (1957), Cañada de Agra (1962) y Miraelrío (1964); Entrerríos (Badajoz), de Alejandro de la Sota; y, Villafranco del Guadiana (Badajoz), de José Antonio Corrales.
La actualidad de los pueblos de colonización viene de que “presentan características que precisamente se están reclamando en la actualidad, en el sentido de rescatar conceptos de pensamiento urbano presentes, que no se debieron olvidar, algunas de las cuales se están rescatando hoy en día como si fueran grandes hallazgos”, comenta.
A 14 km de Sevilla, se encuentra Esquivel, que hace de población dormitorio, Villalba de Calatrava, en Ciudad Real, se ha convertido en viviendas de segunda residencia; La Vereda en Córdoba ha sufrido la despoblación rural y se encuentra en semiabandono; otros se ha dedicado a iniciativas turísticas, como los Pueblos de Luz, en Extremadura; otros esperan la oportunidad de convertirse en alojamientos turísticos; y, otros se encuentran en revisión por el Docomomo Ibérico, o están en la programación de EUROPAN, mientras que algunos tienen la potencialidad de formar parte de experimentos en el marco de la Bauhaus Europea.
Y, concluye, “los pueblos se han seguido vaciando por cuestiones evidentes, por necesidades de formación, de empleo…, sin embargo después de la pandemia parece que se ha producido una necesidad verdadera de contacto con la naturaleza que, en familias con niños hasta cierta edad, es compatible con la vida en el campo”.
Hoy en día, entiende que “parece más fácil repoblarlos desde la tecnología y la movilidad sostenible. Creo que hace falta inversión, pero también ingenio. Para imaginar nuevas formas de movilidad colectiva, nuevas formas de docencia, sanidad, trabajo online. La naturaleza es importante, pero la sociabilidad y la creatividad que ofrece lo colectivo también, ¿son compatibles? Seguramente sí, pongámonos a pensar en ello”, concluye.
Redacción: Beatriz Fabián
Beatriz es periodista especializada en contenidos editoriales offline y online sobre diseño, arquitectura, interiorismo, arte, gastronomía y estilo de vida.