Arquitectura en diálogo con la naturaleza

Construida en los años 90 por los arquitectos José Manuel Sanz (discípulo de Javier Carvajal, profesor de la ETSAM y colaborador de Julio Cano Lasso) y Juan López Riobóo. Esta casa recoge una cierta herencia del racionalismo en su vertiente más depurada: una arquitectura basada en la claridad estructural, la funcionalidad, el rigor geométrico y la ausencia de ornamento, concebida con una profunda sensibilidad hacia el contexto. 

Ambos arquitectos son reconocidos por su maestría en integrar lo contemporáneo con lo atemporal, y por proyectos que respetan el entorno y dialogan con la luz. La rehabilitación del Hospital de San Rafael en Santander o el Instituto Francés de Madrid son ejemplos emblemáticos de su arquitectura sobria, precisa y emocional.

Aquí, su lenguaje arquitectónico se despliega con una belleza esencial. Líneas rectas y curvas se conjugan con naturalidad, creando una atmósfera íntima y serena. En su tratamiento del espacio, de la luz y de la materia, la casa evoca la influencia sutil del maestro Luis Barragán y su poética de habitar. 

El lugar estratégico que ocupa en el terreno nos regala atardeceres y espectaculares vistas a la sierra norte, que podremos contemplar tanto desde su interior como desde el exterior. En invierno a través de sus ventanales y al calor de la chimenea y en verano desde sus terrazas, incorporadas al salón y protegidas del sol, o desde la propia piscina. Interior y exterior en una misma panorámica y ventilación cruzada, que permite disfrutar de la luz en cada momento del día. Totalmente privada, esta casa nos conecta directamente con una sensación de bienestar. Disfrutar de todo de forma discreta, ver sin ser visto.

El paisaje juega un papel fundamental en el proyecto. Desde su concepción original, se incorporaron árboles como parte esencial del diseño arquitectónico. En la orientación sur, se plantaron especies de hoja caduca estratégicamente situadas para proteger del sol en verano y permitir la entrada de luz en invierno, favoreciendo así la eficiencia energética y el confort térmico natural, que unido a sus carpinterías de aluminio con rotura de puente térmico, proporcionan el mejor aislamiento. Una casa pensada para vivir con sentido.

La vegetación se apodera de su fachada, la cual resalta aún más su espíritu organicista. El proyecto de paisajismo posterior acometido por la paisajista Mireia Iglesias integra en el contexto la piscina y el cenador, convirtiendo el jardín es una extensión sensorial. 

En el interior materiales naturales y atemporales como la piedra caliza y puertas de madera recuperadas. La iluminación ha sido diseñada con intención por el estudio Fostek, que aporta matices al ritmo del día.

Los baños merecen una mención especial. Cuentan con grandes ventanales que se abren a jardines privados que invitan a quedarse. Lo cotidiano se convierte en ritual. Un concepto que nos conecta tal vez con el modernismo de los años 50 donde la vegetación vuelve a ser parte de la arquitectura. Abierta al exterior para regular la temperatura, filtrar la luz y generar intimidad, con transiciones suaves entre interior y exterior. La vivienda y el jardín son parte de lo mismo. 

La parcela en esquina, linda únicamente con un vecino y por otro lado con una zona verde por la que discurre un pequeño arroyo en los meses de invierno. Se encuentra a un paso del aréa comercial de la urbanización y de la garita de seguridad.

La casa se puede entregar con el mobiliario hecho a medida (mesas de salón y sofás de la firma Casa y Campo y mobiliario exterior de jardín).

En definitiva una magnífica lectura contemporánea del lugar, la luz, el tiempo y el buen vivir.