The Sibarist

Entrevista a Juan Pablo Rodríguez Frade

Juan Pablo Rodríguez Frade visita The Sibarist para contarnos cómo ha sido el proyecto de rehabilitación de la emblemática Arquería de Nuevos Ministerios que, además de ser la nueva sede de la Fundación Enaire en Madrid, mantendrá su esencia de espacio dedicado a difundir, promocionar e investigar el patrimonio arquitectónico.

Proyectada en los años 30, en los terrenos del antiguo Hipódromo de Madrid, por Secundino Zuazo y el ingeniero Eduardo Torroja, los 2.400 metros cuadrados de La Arquería reabren después de cuatro años de labores de rehabilitación enfocadas a preservar la estética original de la construcción y hacerla más sostenible y eficiente energéticamente. 

El espacio completa el eje cultural que se vertebra desde el Museo del Prado y el Reina Sofía, pasando por CaixaForum Madrid, Museo Thyssen-Bornemisza, la Biblioteca Nacional y las fundaciones Mapfre y María Cristina Masaveu Peterson.

La Arquería estará gestionada por la Fundación Enaire y acogerá tanto su colección permanente, con obras de Genovés, Barceló, Tàpies, Canogar, Chillida, Lucio Muñoz o Martín Chirino, como exposiciones temporales. Además, se coordinará con la Dirección General de Arquitectura, Vivienda y Suelo del Ministerio de Fomento para que mantenga su esencia y siga fomentando la difusión, promoción e investigación del patrimonio arquitectónico, como cuando se inauguró en 1983, con la exposición Clasicismo Nórdico, 1910-1930.

A Frade Arquitectos se deben remodelaciones tan importantes como la de Museo Arqueológico Nacional (MAN) que ganó el Premio Aga Khan (2010) pero, también trabajos museográficos como el diseño de la recientemente celebrada exposición ‘Sybilla. El hilo invisible’ en la sala Canal de Isabel II.

Juan Pablo Rodríguez Frade y Silvia Hengstenberg

¿Cuáles fueron las principales dificultades en la rehabilitación?

Las obras empezaron antes de la pandemia y, aunque parecía sencilla, ha sido una obra muy complicada por esta situación sanitaria, por Filomena y por la subida de precios. 

Es una sala que se encuentra en un sitio muy goloso que prolonga la milla de los museos desde el Reina Sofía pasando por CaixaForum, Thyssen, la Fundación Mapfre y que tradicionalmente era una sala destinada a exponer arquitectura, donde se ha expuesto a Renzo Piano o Foster, entre otros, hasta llegar a convertirse en un verdadero lugar de peregrinaje para los arquitectos que acudíamos todos los jueves, de modo que, actuaba como punto de encuentro porque había exposiciones bárbaras. 

¿Qué cualidades tiene este edificio tan emblemático que alcanzó tanta importancia internacional?

La singularidad del edificio radica en que no es una sala de exposiciones. Antes de la Guerra Civil, cuando Zuazo proyectó la inmensa obra de los Nuevos Ministerios quiso empezar por las arquerías y, entonces, le preguntaron por qué si era lo anecdótico y él contestó que, precisamente por eso, porque si lo dejaba para el final no se iba a hacer, lo cual fue una decisión bastante sabia por su parte, es decir, él le daba mucha importancia.

En los años 80, Molezún y, luego, De la Sota hicieron obra para convertir el espacio en sala de exposiciones pero es un modelo de espacio que por, definición, es malo para exponer porque son todo ventanales y cristales, entra la luz del este y por poniente que degrada un cuadro, una acuarela o un dibujo, no hay superficie para colgar, en resumen, es muy bonito pero complicado. Pero, curiosamente con esos condicionantes funcionó muy bien como sala de exposiciones. Después ocurrió que cuando se van haciendo obras parciales acaba siendo un Frankenstein.

©José Manuel Ballester. Fotografías cedidas por la Fundación ENAIRE

¿Cómo fue el proceso y cuáles los objetivos? 

Ganamos el concurso para remodelar La Arquería que es un espacio impresionante. La estructura es de Torroja y en la planta baja hay un túnel, bastante desconocido, pero a nada está el tren de cercanías y el metro, es decir, no se puede excavar. Encima como es de hormigón tampoco puedes llevar instalaciones, climatización y estás atado. Es un espacio condicionado. Había que añadirle accesibilidad, evacuación de incendios climatización, control de luz ultravioleta e infrarrojos, en resumen, era necesario un esfuerzo muy grande y, sin embargo, es el típico ejemplo de hacer mucho para que no se note. Para mí, eso es un valor, que entres al espacio y te preguntes qué se ha hecho.

©José Manuel Ballester. Fotografías cedidas por la Fundación ENAIRE

¿Cómo se ha actuado para que la actualización pase inadvertida? 

Todo lo que se ha hecho, por cierto, con la colaboración de BOV estudio, pienso que lo tiene que percibir solo la persona que esté atenta, que va a percibir que temas como temperatura, humedad e iluminación son mejores. Esto se ha conseguido con un gran esfuerzo de humildad intentando que si Zuazo viera hoy el edificio dijera “está actualizado pero sigue siendo mío”.

No se ha tratado de dejar un gesto estridente de diseño de comienzos del siglo XXI e imprimir tu señal sino que sea algo que no pase de moda para mantenerlo y que dentro de 50 años sea igual de vigente que ahora a base de esfuerzo y con una buena dosis de estar un paso atrás de la obra que quieres rehabilitar.

Rehabilitar arquitectura del siglo XX es como restaurar un cuadro. Al estar más próximos al lenguaje, por ejemplo, Magritte será más fácil de restaurar que un Caravaggio. En este caso de La Arquería, el lenguaje y el material es prácticamente el mismo y me identifico plenamente con la arquitectura de Zuazo.

©José Manuel Ballester. Fotografías cedidas por la Fundación ENAIRE
“En restauración es siempre mejor tener una postura al servicio de lo preexistente”, nos indica Juan Pablo.

¿Cómo lo habría hecho Secundino Zuazo?

Él nunca habría destinado La Arquería a museo. El edificio es un filtro para entrar al jardín público, creo que era más una logia, y lugar de paso o una antesala a algo.

¿En qué situación se encontraba?

Nos encontramos con una mezcla de escaleras, almacenes, aseos que no funcionaban, tampoco era accesible desde el Paseo de la Castellana, desde donde había que salvar varios peldaños. Ahora se ha conseguido una total accesibilidad tanto para las personas como para las obras de arte porque los embalajes de grandes dimensiones ahora se pueden introducir a través de un montacargas. 

Se ha adaptado para ser un espacio museográfico y cumple las normas del Facility Report, un Informe de instalaciones y recursos que deben tener todas las sedes destinadas a exhibir obras de arte.

Tras la remodelación, cumple los estándares necesarios. Por ejemplo, si se pide obra para exponer se va a conceder cosa que antes no ocurría. Con la obra hemos racionalizado los usos, las circulaciones para que cuando entres te des cuenta de que todo está actualizado respondiendo a códigos técnicos.

¿Cómo se han solucionado problemas referidos por ejemplo a la iluminación que lo hacían poco apropiado para exponer?

Todos los cristales se han sustituido para equiparlos con filtro concreto, también las carpinterías y el núcleo de comunicaciones que se ha concebido como núcleo estratégico. Los aseos se han colocado en un lugar razonable y, muy importante, la sala es un espacio alargado que en la zona norte tiene un aulario que hemos adaptado para que se pueda utilizar de forma independiente a las exposiciones. Hasta ahora no tenía acceso independiente ni aseos y había que cruzar desde el lado opuesto acompañado de un vigilante para atravesar un espacio con obras de arte y tampoco había ascensor para la accesibilidad con sillas de ruedas. Ahora, el aulario se puede emplear de forma complementaria a las exposiciones temporales o de forma independiente para eventos, es decir, se ha ganado en flexibilidad.

©José Manuel Ballester. Fotografías cedidas por la Fundación ENAIRE

Conservar la arquitectura en el tiempo para mantener la personalidad del edificio, ¿cómo se ha hecho además de con modestia?

Bueno, la modestia no es porque yo lo sea sino que es un punto de partida para garantizar que el patrimonio sobreviva y la única manera con la que se consigue es actualizándolo. Es decir, a no ser que sea una ruina lo que se impone es actualizar los edificios para que pervivan y eso exige un cierto sacrificio en detalles que no existían en su origen, aunque así consigues que dentro de 30 años perviva. En arquitectura no vale ponerse en plan nostálgico, si queremos que se mantenga hay que actualizarla cuanto más poco a poco mejor. En este sentido, París es un modelo porque siempre es nuevo y siempre es antiguo, es la mejor manera de ser sostenible.

¿Cómo se ha conseguido que un edificio de los años 30 sea sostenible o eficiente energéticamente?

Lo primero ha sido posible manteniendo el uso, no tirando y construyendo. Me parece que la mejor manera de ser sostenible es manteniendo lo preexistente y renovando. 

Eso sí, hay edificios que son más fáciles desde el punto de vista de eficiencia energética que otros y aquí, por ejemplo, el sótano ha sido fácil porque es como una cueva con una inercia buena y donde la temperatura casi no fluctúa entre verano e invierno. Sí que es verdad que, como las paredes son de hormigón, hemos tenido que hacer virguerías. En la planta alta, los suministros y sistemas de climatización van tapados con una celosía y, en la baja, van escamoteados detrás del muro. Es verdad que un sitio lleno de vidrios al este y a poniente y esto exige mayor gasto pero tiene sus paneles solares y sellos energéticos correspondientes.

Es un reto rehabilitar un edificio como éste, ¿ha habido cosas que no habéis podido ni tocar?

Está en un recinto protegido BIC que es el máximo nivel, pero se han pedido licencias se ha presentado a la comisión de patrimonio de la Comunidad de Madrid y del Ayuntamiento son los que te tienen que dar el aprobado al proyecto. Ha habido que ajustar unos paneles solares en la cubierta que se han instalado de forma horizontal que, aunque son menos eficaces, cumplen con el criterio estético exigido.

©José Manuel Ballester. Fotografías cedidas por la Fundación ENAIRE

Será la futura sede de Fundación Enaire, ¿ha influido esto en alguna decisión concreta?

La Fundación Enaire es quien nos hace el encargo y quien nos planteó el programa que teníamos que cumplir, es decir, dos plantas destinadas a exposición permanente y una a temporales y, a partir de ahí, hemos trabajado muy bien, la relación ha sido estupenda porque tienen mucho criterio. 

¿Cómo configurar un museo de cara al usuario teniendo en cuenta, además del contenedor, todo lo que conforma el interior?

En el Museo Arqueológico Nacional ganamos primero el concurso de remodelación de la arquitectura y después también el de museografía por eso hemos podido controlar desde los elementos más arquitectónicos, como instalaciones, estructura y cubierta hasta los sistemas audiovisuales, vitrinas, maquetas y hasta el pomo de las puertas. Es decir, que todo lo bueno y todo lo malo es culpa nuestra y eso está muy bien porque se convierte en una aproximación focal al proyecto y al final tienes capacidad de diseñar hasta el último tornillo. 

A veces nos encontramos con edificios que fallan en la museografía por la ausencia del cuidado en esos detalles…

Hay edificios muy buenos en los que la museografía es una castaña porque esta disciplina es realmente reciente en España porque empezó en los años 80 y hasta ese momento quien montaba la obra de arte era el director del museo. Sin embargo, a partir de esa década, se pensó que la museografía tenía que estar al servicio de una historia para que las piezas fueran actores de ella. 

Hay una cita que me gusta mucho. A Thelma Schoonmaker, montadora de películas de Martin Scorsese le preguntaban cómo se sentía trabajando con historias tan violentas y decía que no eran violentas hasta que ellas las montaba. Pues con la museografía pasa lo mismo tanto si es temporal como permanente, el comisario te da un discurso, unas piezas, algo que quiere contar y si tú lo cuentas de una manera dramática o sentimental, con contrastes o aséptica es un museo o es otro.

¿Qué cosas ves que menos se tienen en cuenta a veces cuando alguien hace un museo detalles inadvertidos y que marcan que esté bien diseñado un museo o no?

Para mí es el tono, el carácter, cuando haces una museografía que te des cuenta de aquello que es intangible. Con arquitectura y museografía las piezas han de estar cómodas en el edificio y con esto me refiero en cuanto a escala, iluminación, diálogo con las otras piezas, teniendo en cuenta que fueron creadas para otro espacio, como un palacio o una casa privada. 

Cuando se habla de la museografía neutra es algo complicado de interpretar. La museografía tiene que ayudar a potenciar la obra de arte y eso no se logra a base de poner un fondo blanco sino que tienes que crear un fondo de perspectiva, que la iluminación no refleje, que haya diálogo entre el contenedor y el contenido para que el edificio y las piezas salgan ganando y, lo que es más importante, que esté al servicio del visitante y salga sabiendo más porque las piezas le han emocionado. En un museo si me emociona una situación es más probable que quiera investigar. 

Hay que llegar al conocimiento a través de la emoción y me parece que hay muchos museos que son como fuegos artificiales, con mucha tecnología, mucho panel interactivo, mucho botón y mucha experiencia inmersiva, pero que en el fondo se quedan fríos.

Un museo te tiene que servir para educar, emocionar, hacerte sentir mejor y salir pensando que has pasado un buen rato y así quede un poso que te genere preguntas.

En mi libro ‘Manual de Museografía’, cito a Antonio Bonet Correa que habla del museo como un sitio donde estar a gusto, rodeado de cosas bonitas, en silencio, con buena temperatura… En este sentido, me parece que a veces los museos cuentan mucho, tienen mucho protagonismo la gráfica, la ilustración, el texto interactivo pero lo que yo quiero es emocionarme ante algo.

Juan Pablo Rodríguez Frade, Silvia Hengstenberg y Beatriz Fabián Brihuega

Con el conocimiento que tienes y como usuario, dinos algunos proyectos museográficos con exposición permanente que te haya emocionado y creas que son un ejemplo para seguir. 

Mi favorito es el Museo Castelvecchio, de Carlo Scarpa en Verona, que me parece chapeau. En España, el Museo de Arte Abstracto de Cuenca, donde nos hemos encargado de la remodelación, ampliación y climatización, lo cual es un esfuerzo ímprobo, tratándose de una construcción como las Casas Colgadas. Fuera de nuestro país, también citaría el Neues Museum de David Chipperfield, en Berlín, que es un ‘pedazo de obrón’ tanto en arquitectura como en museografía.

Un sueño por cumplir en la profesión, algo que si te dejaran te encantaría hacer.

Estamos trabajando en muchos concursos, alguno fuera de España, en concreto, en Marruecos, también en el norte de Europa. Ahora mismo, me gustaría más rehabilitar un buen edificio importante en Europa, otro museo del volumen y calidad del MAN y conseguir hacer la arquitectura y la museografía. 

Ahora estamos trabajando con el proyecto de San Isidoro de León y, dentro de nada, inauguramos el Museo de Lola Flores, en Jerez de la Frontera, en un edificio de pequeño tamaño que se llama La Nave del Aceite, junto con la misma comisaria de la muestra de Sybilla, Laura Cerrato Mera, con Mariola Orellana y Rosario que ponen las piezas, y que se inaugura a finales de mes cuando La cantaora hubiera cumplido 100 años. 

¿Con qué te sientes más satisfecho de La Arquería?

Ganar el concurso ya nos dio subidón y la mayor satisfacción es el uso de los recursos, es decir, cómo con el presupuesto que hay das una buena solución al problema sin irte por las ramas y con recursos, plazos, pandemia, un edificio de hormigón, creo que el resultado ha sido coherente y de primer nivel.

Me gusta citar el libro ‘La arquitectura de la felicidad’, de Alain de Botton, que habla de un término japonés, el wabi-sabi, que consiste en la belleza de la imperfección, de cómo mantener, cuidar, que se vea la historia y este concepto lo hemos aplicado en La Arquería, donde han quedado visibles huellas y cicatrices que son bonitas. Hemos querido dar valor a lo imperfecto.

Redacción: Beatriz Fabián Brihuega.

Fotógrafa: Nieves Díaz.

Fotografías cedidas por la Fundación ENAIRE

© José Manuel Ballester

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